lunes, 19 de mayo de 2008

¡Los abolicionistas siguen su lucha! - Madrid, España

REPORTAJE: Maneras de festejar San Isidro

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"¡Qué les corten la cuerda!"
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Dos miembros de un grupo antitaurino se cuelgan de la fachada de Las Ventas
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DANIEL BORASTEROS - Madrid - 16/05/2008

La plaza de toros está ahí, sí, un poco más abajo a la izquierda. Exactamente, doblando detrás de aquel señor sin brazos que sujeta el periódico con los muñones. Pero aún no hay mucha gente. Están casi todos en Los Timbales, por ejemplo. O en los demás bares de la calle de Alcalá. Casi nadie entre las estatuas del Doctor Fleming, inventor de la penicilina, y de Antonio Bienvenida, matador de toros. Eso es porque la undécima corrida de San Isidro, la que coincide con el día del santo, aún no ha comenzado.


"El traje lo compré en los chinos" (entrar)
Fotografía: Fin de fiesta con de San Isidro (entrar)

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Uno de los activistas denunció que un aficionado le pegó un coscorrón

Poco a poco van emergiendo las señoras con mantilla, pocas, y los caballeros con el pelo aplastado sobre el cráneo y rebeldes caracolillos en la nuca, muchos. Francisco tiene un abono de persona mayor. Eso significa que le sitúan en las andanadas. Y que está "a tomar por culo de los toros". Un problema, porque Francisco, dice, no ve bien. "Yo no le puedo explicar y bien que lo siento", explica Francisco. "Búsquese a otro", concluye y desaparece por el tendido del siete.

Mientras, la plaza se agita. "¡Que les corten la cuerda y que se pongan a trabajar!", gritan muchos aficionados a un par de muchachos contrarios a la fiesta que se han descolgado desde lo más alto de la puerta grande. Cuando a los que gritan se les hace notar la contradicción de sus deseos -si se matan no podrán trabajar-, escogen la primera opción: "¡Qué les corten la cuerda!". Un individuo, según denuncia Javier Moreno, de Igualdad Animal, está a punto de llevar a cabo los deseos de la turba. Intenta desenroscar uno de los grilletes que mantiene a uno de los chavales levitando sobre el coso. El propio Moreno, según su relato, lo impide. Pero le cuesta algún coscorrón en su cráneo pelado. Una agresión que más tarde denunció en un juzgado. Los que protestan colgados están cerca de media hora en los aires lanzando consignas antitaurinas. Hasta que un buen grupo de policías los descuelga. Les toma declaración y les deja marchar.

Mientras tanto, los del siete, no están tan gritones como de habitual. Al parecer, la corrida "no está mal, no está mal". "La mejor de la feria", subraya Javier. Este Javier se enfada bastante cuando se le sugiere que la tradicional vocinglera de su tendido puede deberse al sol que cae a plomo sobre sus localidades. "Eso es una chorrada", zanja. Los del siete, lo que les pasa, es que saben, revela este señor, que recurre a una cita de autoridad: "¿Usted recuerda al cronista Joaquín Vidal? Pues él siempre nos defendía". Todos recordamos a Vidal. Incluida una placa cerca de donde se sentaba.

Manuel, portero de la zona, está de acuerdo: "Éstos son los aficionados que más saben. En Madrid los toros son muy grandes, pero no tienen bravura", sostiene. Manuel rondará los 20 años de edad.
Y es que en los toros hay mucha gente joven. Pero lo que no hay son ni inmigrantes ni niños. Bueno, en realidad hay dos niños. Uno, tendrá unos 14 años y lleva una camiseta de los Sex Pistols. El otro, de unos tres, va disfrazado de torero. Lleva espada y todo. Jorge, acodado en el bar del tendido 10, concede que es raro ver a menores en una corrida que no sea de rejones: "No es para críos". Mientras lo dice, pide dos gin tonic. No son los primeros que se beben él y sus amigos. En los toros no es que se pueda beber, es que "beben como cosacos", según la muy autorizada voz de Laura, una de las camareras de la plaza.

En el palco del Ayuntamiento mantienen esa tradición. Pero, además, incorporan un amplio surtido de pinchos. Dan chorizo. Y jamón del bueno. Al lado, está el de la Comunidad. Pero éstos no ofrecen nada. "Es que es San Isidro y están todos los concejales y el alcalde", revela uno de los escoltas de Gallardón.
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Y después, lo de siempre: tortura, humillación y muerte

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