martes, 17 de septiembre de 2013

En homenaje al toro Vulcano

PARA TI, VULCANO, ÚLTIMO ASESINADO POR LA BARBARIE HUMANA
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EL HOMBRE DE LA VEGA
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Cuento de Ricardo Muñoz José
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   Como un proyectil disparado por el infinito, de lueñe punto vino el meteorito rompiendo distancias. El pertinaz viajero hizo blanco en la quietud de la Luna. La piedra, rezumando hambre de superficie, penetró sin piedad en el satélite hasta casi horadarlo. El polvo almacenado gramo a gramo por el tiempo, voló al espacio a ponerle estatura al impacto. El hogar de las estrellas contempló el encontronazo sin apenas pestañear. Pronto el choque cuajó en silencio, y la soledad volvió a desplegar alas.

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            Sin embargo, la colisión generó un gigantesco campo de ondas vibratorias, que en centrífugo viaje alcanzó de lleno al planeta Tierra, provocando que el giro sobre el propio eje se alterara por unos segundos. Mas, al tornar la rotación al ritmo habitual, algo cambió. El pulso firme del fenómeno compuso una cadena de efectos que acabaron desembocando en la libertad de lo inesperado.
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            La reacción biológica concedió un canje de papeles, y traspasó el protagonismo de la especie dominante a otra variedad sometida; el ser humano descendió a un plano de relleno, y la inteligencia fue a hospedarse en la raza bovina.
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            Toros y vacas conquistaron la escena. Ahora el mundo discurría de acuerdo al cauce establecido por el mando de esta raza, marcando la supremacía por encima de las restantes vidas. Eran los amos de la evolución. Ellos atesoraban del don de hacer y la facultad de decidir, convirtiendo la humanidad en respiro secundario. Al hombre lo abandonó la capacidad de hablar, en compensación, desarrolló en las extremidades una fuerza temible; podía romper un árbol con las manos o partir una roca de un puntapié.
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            Tordochillas, Valladoler, España, los dirigentes del Patronazgo de El Hombre de la Vega, convocaron la reunión informativa. El local hallábase abarrotado. Público y periodistas nacionales y extranjeros esperaban anhelantes. Íbase a conocer el programa del próximo Torneo de El Hombre de la Vega.
            Rostros adustos poblados de ojeadas ufanas enaltecían la mesa, proscenio de los directivos. El presidente tomó la palabra.
            -Mis queridos bóvidos, me complace anunciar que ya tenemos todo dispuesto para nuestra fiesta máxima. Este año la estrella del Torneo será Ventorrillo, un semental humano de buena salud y espléndida estampa. De acuerdo a la costumbre será suelto adentro del pueblo, correrá por las calles, cruzará el puente, siendo perseguido y acosado por los torneantes a lo largo de la vera del Duero. El toro que consiga matarlo, tendrá derecho a arrancarle los testículos. Al vencedor el Ayuntamiento le entregará una insignia representativa, además de un collar luciendo un cencerro de hierro forjado. Así qué, ¡preparaos! Afilad los cuernos y participad. Eso sí, teniendo en cuenta que van a enfrentarse a una criatura de casta bravía.
            -Por favor –pidió paso una vaca periodista-. No es por incordiar, sólo quiero destacar que muchos bovinos, a este espectáculo lo consideran inmoral, porque matan a un hombre indefenso.
            -¿Indefenso un hombre que de una patada puede acabar con cualquiera de nosotros? No está indefenso. ¡Es un bruto peligroso!
            -Pero está solo delante de muchos toros participantes.
            -¿Y qué? Amiga periodista, le recuerdo que el humano no es un herbívoro como los bóvidos. Es un carnívoro. ¡Y los carnívoros son cazadores!
            El presidente, sumamente molesto, miraba hacia todos lados temiendo  división en la audiencia, ya que eso no favorecía al Torneo ni al espectáculo. Por lo tanto, recurrió al recurso de alzar la voz a fin de frenar discrepancias.
            -¡El hombre no sufre del mismo modo que los bovinos! ¡Es un bruto carente de sentimientos!
            -Eso no justifica que los toros lo maten por diversión.
            -El hombre es criado para morir en el Torneo. Inclusive, se siente orgulloso de morir luchando de igual a igual y así alegrarnos.
            -Existen muchos humanoistas que quieren cambios.
            -Pues, a esos humanoistas les informo que sí. Habrá cambios. El año que viene, en vez de un hombre, vamos a soltar un niño para que lo revienten a cornadas.
            -¿Un niño? ¡Eso es igual que matar un ternero! ¡Qué horror! ¡Sólo de pensarlo me da escalofrío!
            -Es el único cambio que podemos hacer. La tradición no nos da otra alternativa.
            -¿Y después qué? ¿Una mujer?
            -¡Una mujer nunca! No olvide el detalle de los testículos. Los testículos cumplen una parte importante en el ritual de nuestra fiesta. El vencedor acostumbra ofrecerlos a Santa Cuerna, y los deposita en su sagrado templo.
            -Los humanoistas exigen otro tipo de cambios. Una actitud que manifieste la compasión de los bóvidos.
            -¡Eso es imposible! El Hombre de la Vega es una tradición que viene desde cientos de años atrás. Y por ser una tradición debemos transmitirla a las generaciones venideras del mismo modo que ha sido siempre. Así lo dispuso Torontón, nuestro amado dios.
            Una vaca gorda de aspecto intelectual levantó la pata pidiendo anuencia.
            -El Hombre de la Vega es una reliquia antropológica. Es cultura viva. Es arte. Es un conjunto de imágenes poéticas. Y la cornada que lo mata, encierra toda una metáfora de la vida y de la muerte.
            -¡Mu bien dicho! –añadió, poniéndose de pie, un malencarado toro blanco- El Hombre de la Vega forma parte de la curtura de Egpaña.
            -Le hago saber a usté y a la prensa estranjera, sobre todo a la estranjera –intervino un astado bruno de aspecto nervioso-, que El Hombre de la Vega es una atración turística. Una atración que da divisas. Gracias a él, Tordochillas es conocida en er mundo entero.
            -¡Efectivamente! –remató el presidente- por eso nuestra lucha actual se centra en que la ONU declare a El Hombre de la Vega, Patrimonio de la Tauroridad.
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            Segundo martes de septiembre, 11 horas. Soltaron a Ventorrillo. Las calles dieron escenario al hombre. Al temido hombre que portaba en el instinto un inquietante rótulo de muerte. Avanzó chorreando recelo por el sitio desconocido. Lo recibió un estruendo de mugidos. Los becerros gritábanle groserías. Las vaquillas, reían. La marejada del miedo acaparaba el aliento del irracional. Primer acto del sufrimiento humano transformado en algarabía. Husmeando en los rincones sin saber porqué hallábase allí, era acribillado por voces hostiles sin mediar motivo. Corrió de un lado a otro empalmando empedrados y aceras, tal si lo empujara un duende asomado en el oído. Atrás de las calles aparecieron otras calles, que poco a poco le  iban acomodando el pueblo a la espalda. La atención bovina, con sibilino ademán, se relamía delante de la desgracia del pobre infeliz. A cada paso, el hedonismo por el temor infligido, destilaba solidez.
            Ventorrillo atravesó el puente y cobró soltura por la orilla del Duero. No obstante, en campo abierto, cientos de toros permanecían a la espera de su solitaria presencia. Al verlo, los torneantes, a mugido holgado rompieron el sosiego matinal.
            Ventorrillo intentó la fuga llevando en la esperanza el desahogo del alejamiento. Aunque, en el roce de la escapada, le aterrizó en el hombro derecho un pinchazo en forma de asta. Partiendo de lo más recóndito arrancó un chillido, la mirada se le desorbitó hasta casi estallar. Desde la cumbre de la desesperación derramó berridos en el hueco de los cuatro puntos cardinales. Entonces, la sangre inocente brotó mansa a entonar una fatídica canción. Desencajado por el profundo aguijonazo, desposeído de nitidez, carente de norte, redobló el esfuerzo contradiciendo a la fatiga.  A estas alturas, tratábase de un ser humano en zarpas del pesimismo. Siguió corriendo; el temblor germinado en la herida, visitó al hombre trayéndole un mensaje de desespero. El trepidar de los movimientos corporales aumentaba la hemorragia y el dolor crecía. Cada zancada plantaba clavos ardiendo en el núcleo de la laceración. La flor púrpura asentada en el hombro proseguía invadiendo las fuerzas, y al bajar por el brazo regaba el terreno.
            Los torneantes, que no disminuían la persecución, alzaron los cuernos a modo de machetes airados, reclamando el mullido bloque de carne humana. Ventorrillo esquivó el cuerpo al reclamo del ataque. Empero, finalmente, el número perseguidor y la extenuación atosigante, permitieron que la tenaza cerrara fauces, quedando en el medio. Los topetazos blandieron saña procurando partirlo en mil pedazos.
            Un toro joven, en valiente acometida, le pinchó las costillas firmando otra sangría muy al gusto de los demás participantes. El hombre se revolvió nadando en aguas de la angustia. Y, poseído por el afán de salvar la vida, sintiendo los tímpanos zumbando, la piel encendida, los huesos quebrantados y la boca cubierta de espumarajos, emprendió otra enrevesada carrera. El sufrimiento era un peso más ralentizando las piernas.
            -¡Está cagao! ¡Está cagao! –gritó un toro viejo.
            El tóxico hálito del pavor asumió rol de martirio. Los otros, renuentes a cualquier tregua, sádicamente acrecentaron el acosamiento. Las babas asociaban el dolor al cansancio, la orina corría piernas abajo poniéndole humedad al espanto. El sueño de la huida languidecía entre la respiración bronca, el palpitar de las sienes, y el paladar reseco. El corazón desbocado le habló de epílogo.
            El astado joven volvió a ponerse frente a él. El hombre sopló por los claroscuros de la impotencia. El toro movió la testa encandilando al sol con el brillo de los pitones. El perseguido quedó tieso, ¡en el cepo del pánico! Planeó una mudez espesa, la brisa cerró el abanico, el polen errante detuvo el paseo, los perros pusieron  mudez a los ladridos, una nube negra, igual que  águila parada en pleno vuelo, observaba desde el techo del día. La caterva de torneantes y público ansioso, halló refugio en el puño del silencio engarzando las pupilas al dramático lance, mientras, los pechos contenían la respiración alborotada, y los dientes mascaban la eternidad del instante.
            El toro joven, renunciando al baldío pavoneo, aferrándose al imperio de la efectividad, agachó la cabeza, escarbó la tierra, y emprendió el trote de la embestida. ¡Le clavó los cuernos en el estómago! Un gemido vertical brotó descifrando la perplejidad más sobrecogedora. La invasión de la cornada le desarboló la mueca, dejándole en el rostro la albura del estupor. De las enrojecidas retinas emergió la incredulidad en forma de lágrimas. Los orificios nasales, grandes y negros, se abrían alterados y cerrábanse tal el lazo corredizo de la horca. En el umbral del epílogo, el hombre remontó la mirada al firmamento pidiéndole al aire el alivio de un soplo. Pero, para él, la ayuda de un soplido remaba en mares imposibles. Las manos descendieron al abdomen a tapar la espita de la herida. Sangre y vísceras llenaron los dedos, y ante su  vista explotó una esgrima de relámpagos. Los ojos, como hogueras agitadas, huyeron por la arboleda sin color. Sintió el vaivén precursor de la caída, y clavó rodillas en callado derrumbe. ¡Cayó hecho un ovillo! Una retahíla de guiños, nacidos de los espasmos, le azotaron el cuerpo. Todo fue volviéndose ausencia; los sonidos disolvieron los tonos y las voces cercanas ganaron lejanía… Sabor de sol y tierra en la boca. ¡El asesinato estaba consumado! ¡Había vencido la crueldad!
            El cuerpo, luego de profanado por el robo de los testículos, ahí quedó, en medio del bucólico paisaje, con la sangrienta referencia impresa en el suelo cual alfombra de manchas rojas; cual pétalos solfeando derrota. A El Hombre de la Vega lo aguardaba la brumosa abertura de un pozo, donde la arcilla describiría un descanso sin final.
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Este texto pertenece al libro "Palabras para un toro sin voz", en el que pusieron vida, en profusa participación, Rosa Montero, Soledad Puértolas, José Luis Ordoñez, Jorge Riechmann, Luisa Cerda, Fernando Delgado, Asier Triguero, Rafael Narbona, Ruth Toledano, Carlos Mañas, Juan Kalvellido, Hugo Cardalda, Ángel Padilla, Ricardo Muñoz José, Ian Gibson, Fernando González "Gonzo", Carlos Azagra, Eduardo Galeano, Vicent Jaume Almela, José Luis Victoria, Nativel Preciado, Elvira Lindo, Javier Montilla, Julio Ortega Fraile, David Fernández Rivera, Emilio Silva y Esther Tusquets.  
 
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Ediciones Hades, aquí puedes encontrar el libro:
http://www.edicioneshades.com/
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Publicado por http://linde5-otroenfoque.blogspot.com/
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POR LA ABOLICIÓN DEL TORO DE LA VEGA
MANIFESTACIÓN EN MADRID DEL SÁBADO 14 DE SEP. DE 2013
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PARTICIPARON 15.000 PERSONAS. 15.000 VOCES GRITANDO UNA ÚNICA PALABRA,
¡ABOLICIÓN!
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http://www.pacma.es/

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